María, niña y mujer eternamente enamorada, la del silencio contemplativo y evocador, la de la mirada profunda plena de gozo y de tristeza, la de la sonrisa elocuente y fresca traspasada de amor. María, la que sólo estándose nos llena de su presencia y nos hace sentir seguros, protegidos y amados; la de los ojos que contienen todo el cielo y desparraman estrellas de alegría. María, la de los secretos de sus silencios, habitados por grandes misterios que su razón ignora pero su corazón irá develando. María, la que no tendrá necesidad de éxtasis para conversar con ángeles, la hija de Sión, la Madre de mi Señor.
María, la que no conocerá en sí misma ni la más leve nube de un mal pensamiento, la del corazón infinitamente desbordante de amor a Dios y a los hombres. María, de corazón traspasado en la cruz, templo de la Santísima Trinidad, desde donde fluyen las gracias que Dios vierte sobre la humanidad, a esta María le decimos hoy: ¡Feliz Cumpleaños, Madre!
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