Amanece, abro los los ojos y como si fuera por inercia corro hacia la ventana, aún nos queda la psicosis de lluvia del 2007, el día es claro, soleado, en definitiva perfecto. Después de una ducha, intento desayunar algo, pero mi estomago no me permite muchas licencias, aún tengo ese cosquilleo del día anterior y va en aumento a medida que se acerca la hora de la procesión. Sin perder más tiempo, vuelvo a esa parafernalia que tanto nos gusta, túnica, medalla, esparto o cordón, calzado oscuro, todo en su sitio. Llego a la ermita y me cruzo con las Santeras, me sonríen y comentan con ojos vidriosos lo pasado anoche, me felicitan y yo a ellas, sin las cuales todo esto no sería posible. Llego a la puerta y me presino antes de entrar, la sensación de ver todos los pasos montandos aún me produce un escalofrío, comienza a llegar gente, los anderos con cara de sueño, nazarenos madrugadores y por supuesto toda la Junta de Gobierno, nos cruzamos miradas y nadie dice nada, pero las caras de satisfacción lo dicen todo.
Hoy salimos de las cuatro esquinas, la hora se acerca y ya se oyen los tambores del Cristo, abrimos las puertas a nuestro Cristo de la Columna, impresionante, azotado en su trono, el conjunto no puede ser más bello, suena el himno y baja por la rampa, siempre que sale me parece que baja un poco de la historia de este pueblo, un poco de nuestra ermita, de nuestro sentir, sale el primer titular que tuvo esta hermandad y eso..... eso pesa mucho en todos los que estamos alrededor de todo esto. Como si de una procesión propia se tratara, van saliendo trono tras trono, los afligidos después, con su señorío, esa imagen que representa en si misma toda la pasión, la Soledad detrás con su corona, con su mirada perdida y sus lágrimas en los ojos.
Comienza nuestra segunda estación penitencial, esta vez con una marcha de nuestra banda de cornetas y tambores que anuncia que estamos en la calle.
La procesión discurre normalmente, hasta que llegamos a nuestra segunda casa, el Convento, los estandartes del Cristo de la Columna y del Cristo del Consuelo hacen una reverencia a sus puertas, como no puede ser menos, somos hermanos y nos encanta hacerlo. Van pasando cofradía tras cofradía y a lo lejos se divisa el Cristo Cruzificado y su madre, estamos llegando al Convento y el capataz de la Soledad da martillazos a la campana, una levantá que estamos llegando, "¡¡ al cielo con ella !!", giramos en el anchurón y se vuelve a oír otra orden, " de costero a costero ", esta vez sin campana, los primeros aplausos comienzan a oírse, el paso avanza, despacio, a ritmo de esos tambores, de esos pocos tambores que dan aún una mayor sensación de respeto, vemos a nuestro Cristo del Consuelo en la puerta, el trono gira de manera sutil, parece que se meciera, casi esta encarado cuando arranca una saeta tocada por una trompeta y un bombardino de la Agrupación Musical Santa Cecilia de Herencia y al toque de campana, la madre se inclina ante su hijo, las lágrimas nos desbordan, el momento es mágico y muy emotivo, los aplausos casi no dejan oír esa saeta, mientras nos aguarda una última sorpresa, nuestros hermanos, la Orden Tercera de la Merced, regaló a la Soledad un ramo de flores y un medallón con el escudo de la Orden, que a partir de ahora lucirá orgullosa en cada desfile procesional, todo este encuentro acaba con una lluvia de pétalos cuando la virgen se aleja.
Hoy salimos de las cuatro esquinas, la hora se acerca y ya se oyen los tambores del Cristo, abrimos las puertas a nuestro Cristo de la Columna, impresionante, azotado en su trono, el conjunto no puede ser más bello, suena el himno y baja por la rampa, siempre que sale me parece que baja un poco de la historia de este pueblo, un poco de nuestra ermita, de nuestro sentir, sale el primer titular que tuvo esta hermandad y eso..... eso pesa mucho en todos los que estamos alrededor de todo esto. Como si de una procesión propia se tratara, van saliendo trono tras trono, los afligidos después, con su señorío, esa imagen que representa en si misma toda la pasión, la Soledad detrás con su corona, con su mirada perdida y sus lágrimas en los ojos.
Comienza nuestra segunda estación penitencial, esta vez con una marcha de nuestra banda de cornetas y tambores que anuncia que estamos en la calle.
La procesión discurre normalmente, hasta que llegamos a nuestra segunda casa, el Convento, los estandartes del Cristo de la Columna y del Cristo del Consuelo hacen una reverencia a sus puertas, como no puede ser menos, somos hermanos y nos encanta hacerlo. Van pasando cofradía tras cofradía y a lo lejos se divisa el Cristo Cruzificado y su madre, estamos llegando al Convento y el capataz de la Soledad da martillazos a la campana, una levantá que estamos llegando, "¡¡ al cielo con ella !!", giramos en el anchurón y se vuelve a oír otra orden, " de costero a costero ", esta vez sin campana, los primeros aplausos comienzan a oírse, el paso avanza, despacio, a ritmo de esos tambores, de esos pocos tambores que dan aún una mayor sensación de respeto, vemos a nuestro Cristo del Consuelo en la puerta, el trono gira de manera sutil, parece que se meciera, casi esta encarado cuando arranca una saeta tocada por una trompeta y un bombardino de la Agrupación Musical Santa Cecilia de Herencia y al toque de campana, la madre se inclina ante su hijo, las lágrimas nos desbordan, el momento es mágico y muy emotivo, los aplausos casi no dejan oír esa saeta, mientras nos aguarda una última sorpresa, nuestros hermanos, la Orden Tercera de la Merced, regaló a la Soledad un ramo de flores y un medallón con el escudo de la Orden, que a partir de ahora lucirá orgullosa en cada desfile procesional, todo este encuentro acaba con una lluvia de pétalos cuando la virgen se aleja.
Estamos llegando al final de la procesión, solo nos queda un último momento, un momento muy íntimo, un momento de hermandad, de esos que solo viven los que se acercan al Santo a ver encerrar nuestras imagenes, todas en plena plaza de San Bartolome, en el barrio que tanto nos apoya y sin el cual no se entiende nuestra Cofradía, están las tres imagenes en la calle cuando se oyen guitarras españolas, es el coro rociero que canta a nuestros pasos, que canta a nuestra ermita, a nuestros anderos, a todos los que estamos allí, es una sevillana preciosa, sentida, que nos hace emocionarnos de nuevo.... Es el final de la procesión de los siete pasos, un final perfecto.
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